Este libro hace una rara síntesis de optimismo y realismo. Parece una extraña combinación, pues los optimistas suelen ser ingenuos y los realistas caen con demasiada frecuencia en el pesimismo. Sin embargo es así. Sin arredrarse por las dificultades, el autor actúa como un guía que nos acompañara por esa espinosa senda, por el camino del sanador. Y, aunque sea difícil ese recorrido, no abandona en absoluto el sentido del humor.


Seguramente hay más formas para hacerlo, pero ésta me ha parecido muy valiosa. Confío en que también os lo parezca a vosotros, en que el libro “os lea” como me ha leído a mí, y no dudéis en recomendarlo por doquier.



Como presentación del estilo y del espíritu del libro, transcribimos aquí unos párrafos del mismo.


Yo no estuve presente, pero un amigo me contó lo que sucedió hace poco en una convención internacional de Alcohólicos Anónimos. Es una de esas situaciones en las que “te sientes orgulloso de formar parte de las secuencias de la Danza”.


Había unas cincuenta personas que habían conseguido pasar cincuenta años o más sin beber. Entre todas ellas se seleccionó a tres para que se dirigieran a la asamblea de 40.000 personas.


Mi amigo me dijo que una de las tres elegidas era una mujer pequeña y menuda llamada Ruth. Mil años de vida parecían tallados en su cara. Esta mujer menuda y delicada se puso en pie ante la muchedumbre y empezó con el saludo habitual en este tipo de reuniones:


—Hola, me llamo Ruth.


De todo ese gentío surgió la respuesta atronadora como si fuera el tierno abrazo de todos los asistentes:


—Hola, Ruth.


* * *


¿Alguna vez ha perdido usted algo muy importante, algo que necesitaba encontrar a toda costa? Tal vez iba a embarcarse para sus primeras vacaciones en los últimos diez años y de repente vio que le faltaban los billetes de avión. O no podía encontrar las llaves del coche cuando necesitaba desesperadamente ir a algún sitio. O, en un nivel más profundo, tal vez extravió a su hijo entre el gentío de unos grandes almacenes… ¿Puede recordar el pánico de ese momento?


Una infinidad de personas han perdido la esperanza, y con la esperanza han perdido asimismo su autoestima. ¿O tal vez se pierde antes la autoestima? Así que muchas han perdido su fe en el presente y su entusiasmo respecto a mañana. Se sienten atrapadas. Lo que han perdido y no pueden hallar atormenta sus corazones que no dejan de buscarlo.


¿Y recuerda su inmensa alegría cuando encontró lo que había perdido? Aunque yo no estuve en la asamblea comentada, he estado en bastantes parecidas, en tantas que sé lo que sucedía en ese momento. Era lo que se había perdido. En esa llamada y en esa respuesta estaba el cerrojo y la llave de los que tanto carece nuestra sociedad actual. Ahí mismo estaba el Secreto. Si puede verlo desde lo más hondo de su corazón, no se trataba simplemente de Ruth, ni tampoco de las 40.000 personas reunidas en ese estadio… No, allí estábamos y estamos todos nosotros. Se trataba de lo que hemos perdido y de cómo lo encontramos. Era, ni más ni menos, que el Secreto en armonía.


* * *


—He sufrido mucho, me siento sola y abandonada…


—Hola, Ruth…



—Me he perdido y no consigo encontrar el camino para volver a casa…


—Hola, Ruth…



—He hecho daño a otras personas, a ellas y a mí mismo. He convertido mi vida en un desastre…


—Hola, Ruth…


 

—He caído y no sé si podré levantarme…

—Hola, Ruth…



—He hecho que todo el mundo esté en mi contra…


—Hola, Ruth…

 

—Sé que no hay salvación sin perdón, pero ¿cómo puedo perdonarme?


—Hola, Ruth…


* * *


Diga usted el veneno, que yo le diré el antídoto: “Hola, Ruth…”


Ya sé que a veces se hacen chistes con estas frases con las que comienzan las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Supongo que con cualquier cosa puede hacerse un chiste, pero ahora quiero que se lo tome muy en serio cuando le sugiero que pegue su oreja a la tierra y que escuche con atención. Deje que Ruth y su grupo de 40.000 personas vengan de visita y que se queden un ratito. Porque lo que dicen es verdad.


Esa verdad proviene de la experiencia. Esas personas no estaban interpretando nada. No eran actores ni actrices. Estaban actuando según lo acumulado en sus corazones. En algún lugar, entre ese inmenso gentío, estaba el hombre que durante más de tres años se esforzó para conseguir celebrar una reunión de Alcohólicos Anónimos en su pequeña ciudad de provincia. Semana tras semana esperó en el lugar anunciado, a la hora prevista, sin que nadie acudiera. Pero semana tras semana, él estaba allí a la hora con su Gran Libro preparado. Alguien le preguntó por qué hacía esa tontería, acudir cuando nadie se presentaba. Su respuesta fue muy simple:


—Cuando yo necesité acudir a mi primera reunión, alguien estaba allí esperándome.


Así que él esperó. Un día llegó una persona. Luego vino otra. Hoy lleva un montón de almas en su bolsillo. Y estaba en la convención diciendo: “Hola, Ruth…” Naturalmente sabía de lo que hablaba.


También estaba Ginny. Ginny lleva una línea telefónica de ayuda en una ciudad del Medio Oeste. Cuando alguien necesita a otra persona que venga a echarle una mano, porque no puede hacerlo por sí mismo, llama a ese teléfono y Ginny responde. Es tan vieja y tan gorda que le cuesta trabajo desplazarse. Me contó que “sus chicos” le habían hecho un cojín de cuero porque necesitaba apoyar en algún sitio el brazo, pues la mesa le acababa produciendo llagas. Era dulce como un corderito, pero podía enfurecerse hasta unos límites insospechados si llamaba a un grupo de Alcohólicos Anónimos buscando a alguien que atendiera alguna llamada que ella había recibido y le pareciera que la estaban esquivando. Entonces se enfurecía como un ángel vengador:


—¡Por Dios santo, había alguien que te estaba esperando! ¡Más te vale estar en tu sitio la próxima vez!


Cuando Ginny respondió “Hola, Ruth”, su saludo llevaba la envoltura de las cien mil horas que había pasado atendiendo el teléfono. La riqueza de su “Hola, Ruth” no era por lo que ella decía, sino por quién lo decía.


Y también estaba Alice. Alice lo había perdido todo, incluso a sus hijos, por el alcohol, las drogas y la prostitución. Pero, por la gracia de Dios, había vuelto a encontrar su camino. Alice conoce la diferencia entre esto y aquello. Una noche, tras una reunión, yo estaba con ella cuando un grupo de mujeres empezaron a quejarse de sus piernas. Demasiado cortas, dijeron, demasiado largas, muy gordas, muy flacas, con los muslos fláccidos… Alice dijo muy reposadamente:


—Pues no sé… Las mías llegan al suelo, y eso es todo lo que me importa.


Alice tenía muy claras sus prioridades. Yo la he visto realizar su magia con algunas de las llamadas que recibía Ginny, de una forma que licenciados y doctores son incapaces de hacer.

Cuando Alice respondió “Hola, Ruth”, su respuesta venía de la misma hondura del corazón humano capaz de producir la vieja canción Amazing Grace (“Gracia sorprendente”). Estaba allí.

También estaba allí Scotty. A Scotty le amputaron las dos piernas y dirige un albergue para vagabundos, indigentes y deshechos en general. Una noche, cuando ya estaba acostado, escuchó un terrible jaleo fuera. Era como si unos gamberros estuvieran apaleando a uno de los residentes. Si usted viviera en el albergue de Scotty, estaría bajo su protección, lo que significa que nadie puede meterse con alguien que esté a su cuidado. Sin dudarlo, saltó de la cama y se abalanzó contra los gamberros sin haberse puesto sus piernas artificiales. No puedo imaginar lo que parecía… un tío que entra en una pelea sobre sus muñones… pero lo que sí puedo imaginar es el fuego protector de sus ojos; lo he visto muchas veces. Cuando está entregado a su misión, Scotty es un hombre sin límites. Estará allí pase lo que pase. Con piernas o sin piernas, se pondrá de su lado. Entre esos miles de personas en el estadio, puede afirmar que había un vínculo entre Ruth y Scotty. Tal vez no conocieran sus nombres o sus caras, pero reconocerían sus corazones. Ambos sabrían que se habían comprometido a estar el uno al lado de la otra.


Y también estaba Judy. Judy había velado a su hija en sus momentos más terribles. La vida de la joven había sido destrozada por el alcohol y las drogas, pero Judy nunca la había abandonado. Nunca la juzgó. Nunca la expulsó de su corazón. Con un infinito amor de madre, la acompañó hasta el final. Judy decía que nadie, bajo ningún concepto, merecía morir solo. Con esta visión que sólo el amor genera, a Judy su hija le parecía preciosa a pesar de los estragos sufridos. Y cuando respondió “Hola, Ruth”, sabía lo que quería decir con su hola.


Las personas se extravían muchas veces. Sus más profundas necesidades no son satisfechas. La herida que más necesita sanar está siempre sangrando en esas necesidades insatisfechas. La sanación siempre es una historia de amor. Son Judy, y Scotty, y Ginny, y el hombre que acudió a la reunión porque creía que había “alguien esperándole allí”. La sanación es una madre que dice: “¿Verdad que es preciosa?” La sanación consiste en descubrir dónde está la herida, porque saber dónde está la herida es saber una buena parte del Secreto. Por lo general, el Secreto no es revelado a gran escala, con miles y miles de personas en una convención nacional. Por lo general es un susurro, tan tenue, que es preciso estar muy atentos para escucharlo.






Los escritos de Joseph Sharp han sido ampliamente traducidos y han aparecido en antologías, revistas y periódicos. Su primer libro, Vivir nuestra muerte, fue candidato al premio “Libros para una Vida Mejor” y ha sido traducido a cuatro idiomas.


En Madurez espiritual, Joseph va mostrando con historias conmovedoras y sencillas sugerencias el modo de avanzar en la búsqueda de nuestra madurez espiritual como si se tratara de una alegre aventura, incluso en los momentos en que nos resulta más difícil y sentimos la tentación de tirar la toalla.


Este libro nos recuerda que la fe se arraiga y profundiza con el tiempo, que el viaje espiritual es un crecimiento continuo y que nuestra disposición a aprender aporta hondura y madurez a nuestra vida cotidiana.




Terry Lynn Taylor es una autora mundialmente conocida por sus libros sobre los ángeles. Con un estilo sencillo y directo ofrece claves para conseguir una relación íntima y personal con Dios.


El objetivo de La alquimia de la oración es guiarnos a través del proceso alquímico de descubrir un significado y un propósito en nuestra vida, significado y propósito que iluminen hasta la menor toma de decisiones en que nos veamos involucrados y que nos permitan responder creativamente a los desafíos que la vida nos presenta, para así seguir avanzando por nuestro sendero espiritual hacia un mayor crecimiento.


En La alquimia de la oración, Terry Lynn Taylor aporta una visión refrescante y original sobre los múltiples aspectos de la oración, ayudándonos a hacer que la oración se integre en los cimientos de nuestra vida cotidiana, despierte nuestra voz interna, nos ayude a mantener esa relación personal con Dios y nos sirva para tomar conciencia de la importancia de la gratitud, creando una atmósfera de serenidad interna frente al ritmo frenético de la vida cotidiana.


La alquimia de la oración es un libro original, motivador, amoroso y vigoroso sobre un tema que se sitúa al margen del tiempo.






Las raíces de las historias que aquí se presentan se hunden firmemente en las parábolas que aparecen en los libros del Nuevo Testamento. Sin embargo, estas historias difieren de esas parábolas únicas del mismo modo que un árbol difiere de sus raíces, que le soportan y a las que debe su elevada estatura y su fuerza vital.


Éstas que aquí se presentan no son parábolas ni medios de ilustrar ni de aclarar las percepciones. En ese sentido podríamos decir que estas historias se sostienen por sus propios medios. Su objetivo es poner el énfasis, una y otra vez, en el inalienable derecho del ser humano de no separarse de su Padre Celestial, que es Amor, y así abolir el amargo destino de errar perdido y lejos de él, lejos de los puros manantiales del Amor.


Además de su belleza, estas historias nos llevan a plantearnos las cuestiones fundamentales de hasta qué punto nos mantenemos fieles al principio de no discriminar, y si nuestra entrega a los ideales de fraternidad de los seres humanos es suficientemente fuerte, lo que redunda sin duda en una mayor práctica de la compasión.




Todos nosotros, en un momento u otro, hemos tenido que hacer frente al dolor de otra persona o hemos podido formularnos la pregunta esencial que da título al libro: ¿por qué a la gente buena también le pasan cosas malas? Ante esa pregunta, este libro resulta eminentemente práctico. La honradez y la valentía de sus respuestas lo convierten en una herramienta imprescindible cuando nos hemos sentido golpeados por el dolor o cuando hemos tratado de consolar a alguien en ese trance.


Las respuestas que esboza el autor son todas de primera mano, pues él mismo también se vio forzado a plantearse la misma pregunta en un momento de su existencia y comprendió asimismo lo hueco de las respuestas convencionales. El libro es una descripción detallada de recomendaciones, de qué hacer y qué evitar hacer cuando nos enfrentamos al dolor de otra persona. Por las mismas razones, resulta determinante cuando se trata de que hagamos frente a nuestro propio dolor.


Cuando a la gente buena le pasan cosas malas se convirtió desde el momento de su primera edición en un éxito de ventas permaneciendo en la lista de libros más vendidos del New York Times durante más de un año. Ha sido traducido a diez idiomas y ha sido asimismo un gran éxito en otros tres países, siendo el número uno de la lista de libros de ensayo más vendidos en Holanda durante dos años.